Hoy: un pequeño cuento basado en un hecho que me pasó de chica. Espero que les guste. Acepto devoluciones <3
Fin de fiesta
Era el verano de 1997. Tenía 8 años y odiaba sociabilizar. Sufría cada vez que mi mamá me llevaba a rastras a una fiesta o cumpleaños familiar. Mi hermana y mi hermano, de 12 y 10 años, me dejaban en banda: ella se hacía la adulta y no jugaba con “los más chicos”; él se volvía más introvertido de lo que ya era y no quería jugar ni conmigo ni con nadie. A veces sucedía la magia y me encontraba con otra nena de mi edad que quería también imaginarse mundos y explorar rincones de la casa de turno. Pero a las pocas horas la tenía que despedir para siempre y la nostalgia me duraba semanas. Todo era mucho a esa edad.
Cuando mi mamá anunció que teníamos que ir a la fiesta de fin de año del club donde mi hermano jugaba al básquet, mi corazoncito se estrujó. O me moría de soledad porque nadie quería jugar conmigo o encontraba a mi alma gemela cuyo abandono me iba a dejar destrozada durante semanas. Pero lo que pasó fue diferente. Después del partido de básquet en el que mi hermano tocó la pelota literalmente dos veces (le asustaba que se la pasen, les digo que era muy introvertido, no quería ni interactuar con una pelota), los adultos se pusieron a ordenar y a hacer el asado. Decían que ahora se venía la fiesta de fin de año. Mi hermano se quedó toda la tarde al lado de mi mamá con cara de susto (se ve que no se recuperaba de haber tocado la pelota dos veces) y mi hermana estaba con una amiguita de su edad haciéndose la grande. ¡Qué bronca! Me fui a jugar sola a los juegos de caño. Ahí me encontré con ella, una nena de mi edad. ¿Carolina? ¿Sabrina? ¿Irina? Ya no me acuerdo. Digamos que se llamaba Carolina. Intercambiamos nombres y edad y nos pusimos a jugar. Mientras nos hamacábamos, le pregunté si ella también tenía un hermano que jugara al básquet. O un primo. O quizás era la hija del entrenador. Me dijo que no, que ella no tenía nada que ver con ese festejo. Estaba ahí porque era la sobrina del dueño del club. Me pareció raro, no sabía que los clubes de barrio tenían dueño. Me siguió hablando de su tío; que tenía mucha plata (¡Millonario!) y que era dueño de todo esto y mucho más. Me propuso ir a correr por el club y más allá. Por supuesto, la seguí. Estaba embelesada con mi nueva amiga. Era de mi edad, quería jugar ¡Y tenía un tío millonario! Ya no necesitaba de ninguno de mis hermanos, esos traidores y amargados.
Mientras corríamos riéndonos sin parar, Carolina me contó que al fondo del predio estaba la casa de su tío. Que podíamos ir y que yo podía elegir un regalo. Mientras pensaba qué tipo de regalo me podía dar mi nueva amiga, escuché que mi mamá me llamaba a grito pelado. Volví corriendo. Estaba con cara de enojada: podía jugar en las hamacas y toboganes, pero no podía alejarme más allá de ese límite. Me dio un sanguche y una coca cola y lo compartí con Carolina que me seguía insistiendo con ir a visitar a su tío y los regalos. Negué con la cabeza mientras me atragantaba con el sanguche. Mi mamá me prohibió ir más allá de los juegos y Carolina empezó a rezongar. Volvimos a las hamacas y después de jugar un rato largo en el tobogán y el subibaja, Carolina parecía no tener más ganas de estar conmigo. Yo empecé a temer que no me quisiera más. Le pregunté si quería jugar a algo diferente y propuso las escondidas. Odiaba las escondidas, pero no quería que mi nueva mejor amiga se fuera. Yo me escondía cerca de los juegos y de dónde estaba mi familia. Ella se escondía más allá de los límites permitidos por mi mamá y eso me ponía nerviosa. Le dije que no quería jugar más. Ahí me empezó a suplicar que la acompañe a ver a su tío; iban a ser solo 5 minutos y me iba a llevar un regalo. Miré para el lado donde estaba mi mamá y no la vi. Me empecé a poner nerviosa. Carolina me sonrió y me agarró suave de la mano. Le dije que bueno, pero que teníamos que volver rápido.
Corrí y corrí como si de eso dependiera mi vida y nos metimos detrás de unas rejas. Ese lugar no me sonaba conocido. Había una casa rodante y plantas mal cuidadas. Rejas rotas, cacharros con agua podrida por todos lados. Escuchaba una tele prendida que venía de adentro de la casa. Alguien tosió y se atragantó. No parecía la casa de un millonario. Miré para atrás, a ver si mi mamá me había seguido. Pero ya no con miedo, con esperanza. Un poco quería que mi mamá estuviera ahí. Carolina se sentó en una caja de madera. Le pregunté dónde estaba su tío y el regalo. Me contestó que primero tenía que pasar una prueba. ¿Una prueba? ¿Qué tipo de prueba? Me miro unos segundos y sonrió. Le tenía que dar un beso. Carolina cerró los ojos y esperó. Yo me agaché, desconcertada, y le di un beso en el cachete. Carolina, sin abrir los ojos, negó con la cabeza. “Me tenés que dar un beso acá”, dijo y se señaló la boca. Mis alarmas empezaron a sonar. Esto no está bien, pensé. “Dale que, si no, no hay regalo”. ¿Qué me está pidiendo? ¿Qué va a pensar mi mamá? ¿Qué será el regalo? Dudé unos segundos. Pero enseguida me di vuelta y empecé a correr. Corrí sin mirar atrás. Llegué agitada a donde estaba mi mamá con el resto de la gente. “¿Dónde estabas? Te guardé un helado”, me gritó mi mamá. Le dije que no quería nada. “¡Pero si vos siempre querés helado!”. El resto de la tarde la pasé asustada y escondida. Me parecía ver a Carolina por todos lados, pero no quería ni que me hable. Más tarde, en el auto de vuelta a casa, le conté a mi familia que conocí a la sobrina del dueño del club. Todos se rieron. Me dijeron que el club no tenía dueño, que es un club estatal. Avergonzada, no les conté nada más.
Hasta el día de hoy me pregunto si Carolina fue real, cuál hubiera sido el regalo que quería darme y por qué me asustó tanto que otra nena de mi edad me pidiera que le un beso en la boca.
Epílogo
Las próximas dos semanas me voy de vacaciones. Les dejo una pista de dónde voy a estar en la siguiente foto.
Si puedo, les escribiré una pequeña crónica desde allá el domingo que viene. Si no, será a la vuelta. De todas maneras, pueden seguir mis aventuras neoyorquinas en mi Instagram. Primera vez que voy, así que también acepto recomendaciones.
Gracias por leer,
Flor
Me puse incómodo pensando que iba a pasar algo mucho peor. Me tuvo que salvar la voz esa que dice "es obvio que sobrevive porque está contando la historia, pelotudo".
En fin, esta es la primera vez que comento. Venía leyéndote en secreto (?)
Sos una gran escritora, Flor. Sé que es una opinión, que es irrelevante, que además no la pidió nadie. Solo que leyendo, en el vértigo de esa casa rodante y las plantas mal cuidadadas lo sentí.
Que todo salga bien en el viaje.